Desde hacía dos años aproximadamente, mis relaciones sexuales habían sido algo muy personal entre yo y mi mano derecha. La forma en que mi novia me plantó, me dejó sicológicamente muy tocado.
La incorporación a la plantilla de Luisa fue el punto de inflexión. El personal masculino del despacho andaba babeando tras ella, intentando conseguir sus favores. Pero Luisa era mujer curtida y sabía darles esquinazo de forma rápida y descarada, lo que convirtió en una competición el conseguir una cita. El que lograra echarle un polvo, tendría la admiración y el respeto de todos, incluso el del jefe que también había realizado algún intento.
Mi situación personal y mi alienación sicológica me hicieron no darle importancia a la algarabía montada, así que nunca intenté ligar ni tirarle los trastos. Pero mi inexperiencia con las mujeres y falta de ánimo no me dieron pistas hasta que ya fue demasiado tarde, ese era mi atractivo. En el plazo de un mes me convertí en su confidente. Fue entonces cuando me percaté de que Luisa era una mujer de bandera. Metro setenta, piernas interminables, curvas marcadas a lo Claudia Cardinale y unos pechos con una moderada exuberancia que los hacía doblemente deseables. Sus ojos, de un azul insultante. Y además, rubia. Aunque sus cejas no eran del mismo tono que su melena pero ¡Qué demonios! Con un poco de suerte podría descubrirlo mas tarde. Así que intente utilizar esa situación a mi favor y después de decirme que sí al primer café, el resto fue rodado. Al cabo de quince días un hotel de carretera en las afueras nos recibía para pasar una tarde de desenfreno sexual.
La cosa pintaba bien. El bolero de Ravel de fondo y una mujer que nada tenía que envidiar a Bo Derek. Yo y mi mano, no dábamos crédito a lo que nuestros ojos veían y la excitación era tan enorme que cuando descubrí que era rubia de bote, ya había manchado mis calzoncillos. Me los quité rápidamente lanzándolos al suelo para que no se percatara de lo ocurrido y me metí en faena dispuesto a darlo todo. De hecho, cinco minutos más tarde lo volví a dar todo mientras daba cuenta de sus pechos. Sabedora de mi situación de abstinencia le restó importancia. Y rápidamente se metió en faena, así que cuando notó que había recuperado la forma, pensó que era mejor aprovechar mientras podía y se colocó a horcajadas sobre mi. Tres movimientos fueron suficientes. Tuve que irme con la música a otra parte.
Cuando llegué al despacho al día siguiente tenía sobre mi mesa un paquete y una nota.
“Nunca he conocido a un hombre cuya fase de recuperación entre eyaculaciones fuera tan corta, pero he de confesarte que tampoco he conocido a un hombre que eyacule con tu rapidez. Tres veces en diez minutos es todo un record. Tu calzoncillo te ha delatado. Consuélate en haberme echado el polvo más corto de mi vida. Aunque para serte sincera yo ni lo olí de cerca. Luisa”
Abrí el paquete. Era un libro. “Domina tu orgasmo. Controla tu eyaculación precoz”. Pensé que aún había esperanza con Luisa, pero durante una larga temporada, yo, mi mano y el bolero de Ravel volveríamos a ser íntimos amigos.
Jesús Coronado (Jecobe)