Di una última calada al cigarrillo antes de tirar la colilla al suelo. El humo entró en mis pulmones con la fuerza de un tren de mercancías haciéndome toser violentamente. Siempre me ocurría lo mismo cuando los nervios se manifestaban. Mi cuerpo ansiaba el oxígeno reciclado que lo sustentaba, pero sólo conseguía tragar humo. Es así de estúpido cuando reacciona por impulsos, y en estos momentos mi mente estaba en otro sitio. Respirar era un acto involuntario.
- ¿Has tomado ya una decisión?
La pregunta me golpeó como lo hace un martillo sobre el hierro en el yunque de una forja.
- Sí, ya está tomada – contesté siendo totalmente consciente de mi mentira.
Los cinco minutos habían transcurrido y aún no tenía claro cual de mis dos hermanos debía ser el elegido. La responsabilidad de la elección recaía en mí como hijo de tercera generación.
- Vamos, el pueblo espera. – apostilló el sacerdote mientras me indicaba de forma autoritaria que entrara.
Mi estomago se contraía y expandía reteniendo su contenido con dificultad. Respiré hondo hasta conseguir apaciguar sus movimientos y me dispuse a seguirlo al interior del salón comunal.
Una vez más el rito anual de la carne se iba a cumplir. Ninguno de los presentes recordaba ya cuando empezó todo, ni si la radiación seguía siendo mortal en el exterior. Nadie salía a comprobarlo. Aquel recinto, creado expresamente para salvaguardar la vida de los elegidos tras el comienzo de la guerra, se había convertido en nuestro mundo. En su mundo. Un mundo cruel, lleno de ritos absurdos donde se respiraba aire sucio y apenas se comía. Un mundo en el que era difícil vivir sin volverse loco.
El sonido de la letanía que se repetía mecánicamente y la visión de John y Peter junto a mis padres en el altar central, me reveló al elegido.
- Di ¿A quién has elegido para cumplir la Ley? Tuyo es el derecho. Perteneces a la tercera generación.
- ¡Yo soy el elegido! – dije gritando en dirección a una multitud que enmudeció al oír mi voz y mi elección.
Mis dudas desaparecieron cuando los vi a ellos unidos frente al resto. Al menos tendrían un año más de esperanza. Yo, escaparía de aquella vida que me estaba matando lentamente.
Mi cuerpo, trasladado en volandas, fue puesto sobre el altar entre vítores y aplausos. Y aunque me arrepentí de la decisión en el último instante, sólo tuve tiempo de ver el reflejo del puñal ceremonial mientras me segaba la vida.
Jesús Coronado 2013