A la edad de cinco años mi única preocupación era saber cómo conseguir una caja de cartón con la que fabricarme el coche de carreras que ganara al resto de críos del callejón. Los remiendos en la ropa y que mi madre creyera que me engañaba cuando le pedía sobrasada y me daba pan con aceite y pimentón espolvoreado era lo de menos. Como lo eran los comentarios que se escuchaban sobre la virtud y las entradas y salidas de hombres desconocidos en casa de Juanita cuando su marido salía a buscar trabajo y sus hijos estaban en el colegio. Aun recuerdo a Carlitos, el menor de los hijos de Juanita, con el que compartía más de una vez los bocadillos de la falsa sobrasada que le sabían a gloria.
Es ahora, en estos tiempos en que llegar a final de mes es complicado, cuando mejor recuerdo la virtud de Juanita y el hambre de Carlitos. Como dícen los versos de Ruiz Aguilera:
“La casa de mi vecino
Dos puertas tiene a dos calles:
Cuando el hambre entra por una,
Por otra la virtud sale.”