A mí me educaron creyendo en los Reyes Magos. Dejar los zapatos en el balcón junto a un trozo de pan duro y un recipiente con agua para que los camellos pudieran reponer fuerzas y continuaran repartiendo los juguetes y esperar pacientemente hasta la mañana para abrir mis regalos.
Mis abuelos, sin embargo, me hablaban de un tal "Papa Noel" que dejaba los juguetes el día de Navidad. Pero a mí, ese viejo, me sonaba más a anuncio de Coca Cola que a un rey mago que repartiera juguetes.
Aquella Nochebuena mis abuelos aparecieron por casa para quedarse a cenar. Mi madre, en avanzado estado de gestación, dijo que era mejor así. Llevaba unos días que no se encontraba demasiado bien y debía ser verdad, pues a mitad de la cena dijo algo relacionado con rotura de aguas y todos se pusieron como locos. Recogieron unas bolsas que tenían preparadas en la habitación y mis padres y la abuela salieron a toda prisa hacia el hospital sin darme explicación alguna.
Yo quedé a las órdenes de mi abuelo, el de Papa Noel. Terminamos de cenar y harto de que me metiera prisa para irme a dormir, decidí irme a la cama después de darle las buenas noches.
Pero no saber que le había pasado a mi madre me mantenía despierto. Pasada una hora, más o menos, empecé a oír unos extraños ruidos en el comedor. En primer lugar, pensé que mis padres habían vuelto del hospital, pero pasados unos segundos me di cuenta de que no eran los sonidos habituales. No hubo sonido de puertas, ni voces, sólo unos pasos sigilosos y el ruido de quien arrastra algo por el suelo. Me armé de valor y en el más absoluto silencio me acerqué hasta lugar de donde provenían. Asomé la cabeza con cuidado y pude ver en la penumbra a aquel viejo de barba blanca, vestido con un ridículo traje rojo, que bajo el árbol manipulaba un gran saco que estaba a sus pies ¡Quedé paralizado! ¡Había entrado un ladrón en casa! Por un momento pensé en llamar a mi abuelo pero ¡de pronto! recordé que mi padre guardaba una escopeta en su habitación. La recogí y sin hacer ruido, encañoné a aquel gordo... y disparé.
A la mañana siguiente me dijeron que el retroceso del arma me hizo caer golpeándome en la cabeza. Perdí el conocimiento. Pero nadie supo o quiso darme más explicaciones. El nacimiento de mi hermano las acaparó todas. Sólo pude entender algo relacionado con que los cartuchos de sal y el culo no se llevaban muy bien. Aunque lo realmente extraño es que mi abuelo nunca volvió a mencionarme al dichoso "Papa Noel", además de estar un par de semanas con molestias al sentarse.
Así que, definitivamente, yo soy de los Reyes Magos, ¿Y tú?
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