8 abr 2018

La Voz


La voz

   Son como perlas con perfiles cimbreantes
   Sí, pero de color rojo — resonó en su cabeza.
   Flotan frente a mí como si de una danza macabra se tratara ¿por qué?
   ¿Recuerdas las píldoras? — le recordó aquella voz en su mente
   Sí, pero estas no son transparentes. Son densas,  de un rojo intenso.
   Mira, ahora es Ana la que flota ante ti — le indicó la voz mientras el rostro de Ana se giraba para quedar a la altura del suyo.
   ¿Has visto sus ojos? Están exageradamente abiertos, como si estuviera sorprendida por lo ocurrido.
   Ni se te ocurra pensar que la culpa sea por lo que le dijiste, o por tu forma de actuar; en realidad ha sido por el dolor que le ha infligido  el filo del cuchillo — oyó esta vez

Y Juan, por primera vez desde que desconectó la gravedad artificial de la estación espacial, percibió que en su mano derecha portaba el cuchillo de cocina que había utilizado para preparar la ensalada que iban a cenar esta noche y de repente… fue consciente de todo. La abrió y dejó que este flotara junto al cuerpo inerte de Ana. De su Ana. De la misma Ana  con la que llevaba compartiendo el módulo científico desde hacía seis meses y  vida y cama desde que se conocieron en la facultad de exobiología en Madrid.

Juan recordó, como si de un sueño se tratara, que sus pastillas salieron al exterior junto con los residuos orgánicos que periódicamente eliminaba para que la ligera órbita de Marte las desintegrara.

   Juan, recuerda que tienes que terminar el trabajo que has empezado — le dijo aquella voz de su cabeza interrumpiendo sus recuerdos,

Y Juan, nunca sabría que él jamás tomó pastilla alguna, ni que accidentalmente algo de aquella muestra que le hicieron llegar desde la base marciana sobre la que giraban desde hacía meses se introdujo en su interior.

Aquella voz sabía que  su futuro dependía de poder controlar a aquel ser para que, uno a uno, acabara con el resto de la tripulación y después… consigo mismo. Si todos eran igual que Juan, iba a ser  una raza fácilmente manipulable y el viaje hasta el planeta azul estaba asegurado, pues de alguna manera adivinó que el cuerpo de Juan terminaría en su planeta de origen. El ejército terrestre nunca deja a sus compañeros atrás.

El resto… sólo era cuestión de tiempo.


                                                               Jesús Coronado

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