24 dic 2013

Luis Ramírez, el verdadero de nombre de Scrooge.

Mañana es Navidad. Lo que me recuerda " Que bello es Vivir" y "Cuento de Navidad" de Dickens. Este es un pequeño homenaje a este último. Que además me sirve para felicitaros las fiestas.




Luis Ramírez, el verdadero nombre de Scrooge.

Le llamaban Scrooge en la oficina. Se había ganado a pulso el mote entre sus empleados, no escatimaba a la hora de menospreciarlos, humillarlos y  pagarles una miseria. Con la particularidad de que en Navidad, se convertía en un ser aún más despreciable y ruin.
Cuando Ángela aterrizó en el despacho ni tan siquiera levantó la vista para indicarle sus funciones y menospreciar las virtudes que daba por sentado no tenía. Pero a Ángela no le importó. Simplemente le agradeció la oportunidad de trabajar allí y ocupó su puesto.
Tuvieron que pasar dos semanas para que Luis viera por primera vez el rostro de su nueva empleada. Un rostro que deseó esa misma noche no haber visto jamás. Luis recordó, entre pesadillas, aquella niñez que ya había olvidado a fuerza de golpes; los rostros de pánico y descontento de sus empleados con los que tanto disfrutaba y con un futuro que nunca hubiera podido imaginar. La soledad ya no le era tan benévola.
Cuando aquella mañana entró en el  despacho, sólo quería ver a Ángela. Pero Ángela se había marchado. Intentó enfurecerse, menospreciar, humillar… pero ya no pudo. Todos los rostros con los que se cruzaba, se parecían a Ángela.   



19 dic 2013

El francotirador






             El sol empezaba a retirarse.  Pero él era reacio a dejarse sorprender por los recuerdos que el atardecer transmite. Él no tenía recuerdos. Y si los tenía, simplemente los ignoraba. Se limitó a quitarse las gafas de sol, plegarlas cuidadosamente y meterlas en el bolsillo derecho de su camisa. Así todos los días desde que nos destinaron a aquel maldito puesto. La quinta planta de un edificio en ruinas a las afueras de la ciudad, el lugar ideal para un francotirador.
            Nuestras órdenes eran acabar con todo ser viviente que intentara salir de aquel matadero por delante de nosotros, sin distinción, militares o civiles. Nada mejor que el terror para paralizar a la gente. Nada mejor para que salieran huyendo en la próxima ciudad donde nuestro ejército hiciera acto de presencia. Pero yo era incapaz de matar a un civil simplemente porque quisiera escapar de una muerte lenta y segura, así que Juan y yo  llegamos a un acuerdo. Los militares eran cosa mía, los civiles de él.
            Ambos hemos perdido la noción del tiempo, no sabemos los días transcurridos desde que nos emplazaron en este lugar. Pero el rostro de Juan ha cambiado. Es algo apenas perceptible, pero lo conozco bien y sé que la coraza con la que envuelve sus sentimientos, está empezando a quebrarse. Lo noto en el brillo que sus ojos adquieren cuando el sol empieza a ponerse. Ya es capaz de mirarlo sin las gafas de sol; en el momento de duda que le asalta cuando su dedo tiene que empujar el gatillo para acabar con la vida de aquel padre o de aquella madre que posiblemente sólo quiere buscar una forma de conseguir alimentos para sus hijos o, simplemente, huir de aquel infierno. Algo en él está cambiando, algo en él está volviendo a una normalidad olvidada, si a esto se le puede llamar normalidad. Las órdenes ya no son lo más importante cuando uno deja que los sentimientos las analicen.
            El paso de gente por aquel lugar ha descendido drásticamente en los últimos días, y aunque militares y algún que otro francotirador ha intentado acabar con nosotros, hemos sobrevivido. Ellos han sido los cazados. Por eso cuando vi a aquellos tres civiles acercarse con un sigilo mal llevado, miré a Juan con la esperanza de que los dejara tranquilos. Eran una pareja con un niño de no más de tres años. Llevaban una pequeña y desgastada maleta con lo que supuse sus pertenencias más imprescindibles. Huir de aquel lugar era el único modo de sobrevivir al hambre que acechaba, nada entraba ni salía de la ciudad mientras el enemigo no la rindiera, y combatir entre ruinas era largo y tedioso.
            Juan los vio antes que yo. Su automatismo y rigidez en el cumplimiento de las órdenes hizo que su cuerpo reaccionara sin pensar. Cuando quise hacerle señas para que los dejara pasar, ya tenía encañonado al hombre que iba al frente de la marcha. Fue rápido y certero. Un disparo y los sesos quedaron estampados en aquella pared en la que las salpicaduras de sangre y restos conformaban ya un cuadro dantesco. La mujer y el niño, sorprendidos por lo ocurrido, quedaron inmóviles durante unos segundos al descubierto. Lo suficiente para que Juan encañonara a la mujer. Pero esta vez no fui yo el único paralizado por el asco que producía todo aquello. Él, dudó lo suficiente para que mujer y niño se escondieran acurrucados tras un muro. Juan seguía inmóvil, apuntando a través de la mirilla del fusil. Con una expresión que me pareció confirmar que no era yo el único asqueado de todo aquello. De pronto, el niño salió del  escondite para buscar a su padre que yacía tendido unos metros más allá. Su madre, con la intención de protegerlo, corrió para alejarlo  del lugar y esconderse de nuevo. Pero la reacción de Juan fue más automática que pensada. Disparó y acertó de pleno, como siempre. El niño quedó sólo, sin llorar. Mirando fijamente hacia nosotros. Intuyendo de donde venían los disparos. Preguntándose, tal vez, el porqué de todo aquello.
            Cuando miré a Juan, este ya no sujetaba el fusil. Estaba sentado. Con una expresión indefinida en su rostro mientras se miraba las palmas de las manos. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que reaccioné. Pero ya era demasiado tarde cuando lo hice. Juan tenía el cañón de la pistola reglamentaria en su boca. Me miró con un gesto de asentimiento, y apretó el gatillo.
            Sé que toda guerra deja secuelas irreparables en la gente que combate en ellas. Sé, que lo ocurrido  estos días va a suponer un antes y un después en mi forma de enfrentarme a ella y de acatar las órdenes según considere más o menos adecuadas a mi moral. Pero de lo que no tengo la más mínima duda es  que Juan, en un solo instante, también entendió lo que estaba bien y lo que estaba mal. Por eso decidió poner fin a aquel dolor que le comía por dentro y le obligaba a cometer atrocidades que iban en aumento.
Así que mientras regreso al puesto de mando con sus placas de identificación, no dejo de preguntarme qué fue lo que hizo que Juan se convirtiera en un ente hueco sin sentimientos. Y si yo, tendré la misma resolución para quitarme de en medio si ese mal me asalta y me consume.     
           
                                                                         Jesús Coronado  2013 

8 dic 2013

¿Tú eres de Papa Noel o de los Reyes Magos?

                                                                                                                                 



A mí me educaron creyendo en los Reyes Magos. Dejar los zapatos en el balcón junto a un trozo de pan duro y un recipiente con agua para que los camellos pudieran reponer fuerzas y continuaran repartiendo los juguetes y esperar pacientemente hasta la mañana para abrir mis regalos.
Mis abuelos, sin embargo, me hablaban de un tal "Papa Noel" que dejaba los juguetes el día de Navidad. Pero a mí, ese viejo, me sonaba más a anuncio de Coca Cola que a un rey mago que repartiera juguetes.
Aquella Nochebuena mis abuelos aparecieron por casa para quedarse a cenar. Mi madre, en avanzado estado de gestación, dijo que era mejor así. Llevaba unos días que no se encontraba demasiado bien y debía ser verdad, pues a mitad de la cena dijo algo relacionado con rotura de aguas y todos se pusieron como locos. Recogieron unas bolsas que tenían preparadas en la habitación y mis padres y la abuela salieron a toda prisa hacia el hospital sin darme explicación alguna.
Yo  quedé a las órdenes de mi abuelo, el de Papa Noel. Terminamos de cenar y harto de que me metiera prisa para irme a dormir, decidí irme a la cama después de darle las buenas noches.
Pero no saber que le había pasado a mi madre me mantenía despierto. Pasada una hora, más o menos, empecé a oír unos extraños ruidos en el comedor. En primer lugar, pensé que mis padres habían vuelto del hospital, pero pasados unos segundos me di cuenta de que no eran los sonidos habituales. No hubo sonido de puertas, ni voces, sólo unos pasos sigilosos y el ruido de quien arrastra algo por el suelo. Me armé de valor y  en el más absoluto silencio me acerqué hasta lugar de donde provenían. Asomé la cabeza con cuidado y pude ver en la penumbra a aquel viejo de barba blanca, vestido con un ridículo traje rojo, que bajo el árbol manipulaba un gran saco que estaba a sus pies ¡Quedé paralizado! ¡Había entrado un ladrón en casa! Por un momento pensé en llamar a mi abuelo pero ¡de pronto! recordé que mi padre guardaba una escopeta en su habitación. La recogí  y sin hacer ruido, encañoné a aquel gordo... y disparé.
A la mañana siguiente me dijeron que el retroceso del arma me hizo caer golpeándome en la cabeza. Perdí el conocimiento. Pero nadie supo o quiso darme más explicaciones. El nacimiento de mi hermano las acaparó todas. Sólo pude entender algo relacionado con que los cartuchos de sal y el culo no se llevaban muy bien. Aunque lo realmente extraño es que mi abuelo nunca volvió a mencionarme al dichoso "Papa Noel", además de estar un par de semanas con molestias al sentarse.  
Así que, definitivamente, yo soy de los Reyes Magos, ¿Y tú?

                                                                          Jesús Coronado  -  2013

23 nov 2013

No entiendo


          Él se empeñaba en repetir esa palabra una y otra vez, por muchas veces que le preguntara. Daba igual el instrumento que le aplicara, nadie le entendía. Sólo salía de su boca esa palabra. Y yo cumplía órdenes. No quería ocupar su sitio en aquella sala de torturas de Sevilla. Mi misión era hacerle confesar su herejía, pero su lenguaje era el del mismo diablo. Nadie entendía lo salía de su boca. Ni el propio inquisidor con su extensa sabiduría atinaba a comprenderlo. Terminaría en la hoguera de todas maneras.
           Hoy al entrar en mi turno de calabozo para finalizar el trabajo, he oído cómo uno de los presos se apenaba por el destino de aquel vascuence al que ayer torturaba acusado de blasfemo. Pero sólo he tenido tiempo de llegar para escucharle decir por última vez la palabra, “ez dut ulertzen”. Una palabra que ya no me parecía el idioma del diablo,  solamente un idioma que no era el mío.

                                                                                          Jesús Coronado   2013

22 ago 2013

¿Por qué?

Seguimos en el mes de los "insectos" como homenaje a Kafka. Un segundo micro.

                                                                           ¿Por qué?


           Mi cuerpo me parecía extraño una vez más, como si lo descubriera por primera vez. Pero eso no impedía que estuviera allí tumbado, boca arriba en el diván del psicólogo. Contándole mi vida con pelos y señales mientras yo no dejaba de admirar la perfección de mis manos. 

            Cómo me hastiaba aquella vida nocturna y esa costumbre de andar por garitos de mala muerte. Cuanto más sucios y malolientes fueran, mejor, más los disfrutaba. Y estas visitas odiosas al diván que me humillaban y aburrían a partes iguales.

             Una voz atronadora y profunda me sacó del mundo donde me encontraba, devolviéndome a la triste y cruda realidad.  

              - Se ha vuelto usted a dormir en la consulta. No me extraña que viva sólo, sueña en voz alta. Y esa obsesión que tiene por vivir cerca de esa mujer lo terminará de volver loco. Los lugares sucios y malolientes son lo suyo, no esa casa limpia y con olor a lavanda donde se empeña en deambular a plena luz del día. Tendrá un serio disgusto como le descubra observándola. Debe dejar de soñar y asumir de una vez por todas, que sólo somos unas tristes y simples cucarachas.


                                                                                Jesús Coronado  -  2013

7 ago 2013

Fobia

Un pequeño relato que presento en el blog de "Esta noche te cuento" ,  cuyo tema mensual es "Insectos", homenaje a Kafka y su Metamorfosis. Es pero que os guste.


                                                                   Fobia



Me duelen las muñecas. Nunca pensé que esto doliera tanto. Nunca creí que ocurriera esto. Estaba todo controlado. De principio a fin.

           Cuando abrí el congelador el olor me golpeó con fuerza haciéndome vomitar. Las moscas inundaron la estancia sobrevolándome, rozándome con sus asquerosas alas. La visión del cuerpo hinchado y cubierto de miles de insectos me paralizó. Caminé aterrorizado y sin control hacia atrás hasta tropezar y quedar quieto en un rincón, observando como aquella marabunta se desparramaba sin control por el sótano junto con aquel hedor insoportable que ascendía hacia el resto de la casa. Hacia la calle.

        Fue entonces cuando descubrí que todo... no estaba controlado.

        Una simple avería y esta maldita fobia han conseguido en un instante lo que durante años no ha conseguido la policia.

        Mientras subo al coche patrulla sólo puedo pensar en dos cosas. El dolor que se acrecienta en mis muñecas, y cuanto tardarán en descubrir el resto de cadáveres.



                                                Jesús Coronado  -  2013


21 jun 2013

¡Ese no es mi rostro!




Estiró las facciones con los dedos índice y corazón  unidos, una mano a cada lado. Observó como, en el reflejo que el espejo le devolvía, desaparecían las arrugas y la piel quedaba tersa, natural. Estaba casi perfecto. Por fin había encontrado lo que buscaba. Desde que salió de la unidad de quemados del hospital hace dos años, era la más parecida a su antiguo rostro. El fuego había hecho bien su trabajo, pero la cabezonería era una de sus virtudes y pudo más que el desánimo que le sobrevino después de aquel desgraciado accidente.

Luis retiró con cuidado la piel que cubría su desfigurada cara y la dejó a un lado hasta comenzar con el trabajo de conservación. Limpió las gotas de sangre que salpicaban su rostro y se puso los guantes. Ahora, como tantas otras veces, tenía que eliminar los restos del cadáver.


                                                          Jesús Coronado  -  2013