Los deberes de la tertulía que derivan en Microrelatos sobre un tema. En este caso ¡NO!. Así que ahí va una pequeña chispa.
¡NO!
La facilidad de palabra nunca fue su fuerte. Ambos intentamos inculcarle desde pequeño el uso del lenguaje. Vocalizábamos frente a él lentamente, asociábamos nuestras frases enseñándole objetos creyendo así que la asimilación sería más rápida, pero ni de coña.
Mi mujer, cansada, lo intentó con un sistema de imágenes vinculadas con cintas de vídeo, pero al final después de muchas horas de visionado, sólo conseguimos que balbuceara algunas palabras carentes de sentido. Sonidos guturales más que frases. Así que con el tiempo, desistimos de seguir intentándolo. Su avance era nulo. Tras largas conversaciones nos quedó claro, más a ella que a mi, que sólo había una solución: El Logopeda.
Yo, debido a la situación tan particular que se producía, sentía una vergüenza tremenda sólo de pensar en la visita al logopeda, pero ya se sabe que "donde manda patrón, no manda marinero". Así que tras tragarme mi vergüenza concertamos una cita y los tres nos encaminamos hacía la consulta el susodicho día.
Don Enrique, así se llamaba el logopeda señor mayor y respetable a más señas, escuchó atentamente las explicaciones de mi mujer con más cara de asombro que otra cosa, aunque al cabo de un rato su rostro pasó de alucinado a un rojizo ira peligroso. Harto del discurso de mi esposa, se levanto airado y alzando la voz dijo un rotundo ¡NO!.
Y ¡Joder! ¡El puto loro lo repitió! ¡NO!.
Así que ante la cara de asombro de los tres salimos por piernas de la consulta, y aún sin quererlo Don Enrique había curado a Paquito, nuestro loro.
Desde entonces es capaz de mantener conversaciones a tres bandas.
Jecobe - 2/2012
Muy bueno, Jecobe, lograste engañarme desde el principio, je je je.
ResponderEliminarAbrazos.
Gracias Antony, esa era la intención.
ResponderEliminarUn abrazo