1 jun 2012






Julia



        ¡Me voy! Dos palabras que Julia acompañó con un  portazo que la separaba de él. Sólo dos palabras, pero que decían tanto con tan poco. Decían basta de recibir insultos y menosprecios continuos que la humillaban como si sólo fuera un objeto de usar y tirar. De recibir golpes cuando menos se lo esperaba tan sólo por responder... tan sólo por mirar. De aguantar los abusos y vejaciones cuando el alcohol rebosaba, obteniendo a la fuerza lo que ella tanto estimaba y sólo deseaba entregar a cambio de un poco de ternura y amor. Él decía que el desempleo pasa factura en la vida de la gente, pero en el fondo lo que no aceptaba de buen grado era que el único sueldo que entraba en casa fuera el de ella. Su orgullo de macho no le permitía ese tipo de cosas, y la forma de aplacar su hombría era demostrarle a base de golpes quién era el que llevaba los pantalones en casa. Julia nunca  lo entendió. Aún hoy, mientras cierra la puerta del ascensor, se pregunta que le ha hecho cambiar, o simplemente si se enamoró de la parte que él quiso que conociera hasta hacerla suya.

        Pero esas dos palabras le habían hecho volver a la vida. Sólo se llevo lo justo en una pequeña maleta que arrastraba con una ilusión renovada. El resto, solo traía malos recuerdos. Después de todo con sólo dos años de matrimonio, tampoco hubo tantos ratos buenos.  

        Y Julia al fin fue libre. Pero no de la forma que ella quería serlo, pues hasta en el último momento él, tenía que decir la última palabra. Cuando Julia abrió la puerta del ascensor Pedro ya la estaba esperando. Había bajado la escalera a tal velocidad que llegó antes que ella al zaguán de la entrada, y allí estaba, con esa mirada desafiante que tanto la inquietaba y las manos en la espalda. Volvió a insultarla alzando la voz, pero Julia sólo le devolvió silencio por respuesta. Pedro, con gesto rápido y seguro se limitó a poner el revolver que escondía en su frente y, sin mediar palabra, le descerrajó cinco tiros a bocajarro. Y mientras observaba caer el cuerpo como si de una muñeca de trapo envuelta en  rojo carmesí se tratara,  cínicamente le dijo: “Por fin eres libre, pero no te hagas ilusiones, no será por mucho tiempo”  Metió el cañón del revolver en su boca… y apretó el gatillo.    



                                                                Jesús Coronado - 052012



21 may 2012

Odette

     


                        Odette


  Algunas personas buscan la quietud de sus mentes en el campo, bajo la sombra de los árboles, acompañados por el sonido del aire entre las hojas y el canto de los pájaros. Otros la buscan escuchando música clásica, jazz o incluso blues. Y en menor número, lo buscan en técnicas orientales como el yoga o el taichí. Ella pertenecía a un grupo mucho mas reducido. Sólo conseguía calmar sus oscuros pensamientos en aquella sala del museo, frente al cuadro donde su protagonista le ofrecía una sonrisa apenas esbozada, una sonrisa enigmática, una sonrisa que sólo comprendía ella. Llegó a la conclusión de que demostraba un cinismo encubierto, una vida desvergonzada y libertina que ocultaba tras aquella sonrisa, puro escaparate que el pintor, cómplice de su desvergüenza, plasmó en aquel lienzo del siglo XVI.

         La verdad es que Odette deseaba fervientemente poder ostentar esa sonrisa en su rostro  como muestra de su desvergüenza y pasión desenfrenada. Pero Odette no era así, ni tan siquiera tenía un cómplice pintor que dibujara sus sueños y la transportara a otros mundos de pasión y lujuria. Odette tenía que conformase con imaginar, y sólo aquel banco que se encontraba frente al cuadro le permitía hacerlo en solitario.

         Lo primero que percibió Odette fue su perfume. No le hizo falta girar la cabeza para saber que se había sentado a su lado. De hecho, no era la primera vez que lo hacía. Como ella, iba al museo a diario. Como ella, contemplaba aquella pintura durante largo rato sin articular palabra. Ninguno de los dos había intentado iniciar conversación alguna, ni tan siquiera una mirada directa. Solo de soslayo a través del rabillo del ojo. Pero hoy fue distinto. Quizás fuera el hecho de que al sentarse en el banco junto a ella sus pieles se rozaron, provocando en Odette que un fuego abrasador le recorriera por dentro hasta depositarse en sus ingles. O quizás, simplemente, porque Odette ya había esperado bastante y decidió esbozar de una vez por todas, esa sonrisa cínica que tanto admiraba en aquel cuadro.

         Una semana después, Odette yacía junto a su pintor en un pequeño apartamento junto al Sena luciendo su ansiada sonrisa. Resultó ser un artista bohemio que había sido capaz de vivir del arte desde su más temprana juventud, lo que la fascinaba y aumentaba su deseo hasta convertirlo en pura lujuria. Con él, había descubierto un mundo nuevo que empezaba a girar peligrosamente sobre el sexo y sus variantes más excitantes y peligrosas. Era todo un maestro que supo dirigirla y llevarla a terrenos donde el placer tomaba su cuerpo hasta llevarlo a un espasmo convulso que la dejaba totalmente exhausta.
                                                         
         Aquella mañana de domingo Odette se despertó antes de lo habitual. Tenía sed después de una larga y agotadora noche donde su artista volvió a dibujar en cada rincón de su cuerpo, así que bajo hasta la cocina y se sirvió un gran vaso de agua fría. Mientras lo apuraba, su vista se detuvo en la puerta. Aquella que no había abierto hasta hoy. La que él le había prohibido expresamente argumentando que era su estudio, donde daba rienda suelta a su creatividad. No quería que nadie viera sus obras antes de ser terminadas. Pero su curiosidad pudo más. No terminó de entender si fue el fuerte dolor que sintió en su cabeza o el insoportable olor a cera derretida que sintió al mismo tiempo y que le penetró hasta las entrañas haciéndole perder el equilibrio y rodar por las escaleras antes de perder el conocimiento. 


         Hoy, Odette, sigue conservando su enigmática sonrisa, la que esconde una desvergüenza lujuriosa con la complicidad del artista. Una sonrisa, que al igual que hizo ella, se preguntan que oculta quienes la observan sentados en el banco de aquella sala del Museo de Cera Grevín de Paris.

                                                                                             

                                                                                    Jesús Coronado (2012)


3 may 2012

LUISA





            Conocí a Luisa en primero de básica. Su sonrisa y el caramelo compartido, hicieron que me enamorara de ella al instante. Recuerdo que me convertí en su fiero paladín, luchando por sus causas perdidas y defendiéndola de malvados villanos que osaban acercarse con malas intenciones. De hecho, Ricardo, el villano del pupitre de al lado, fue el primero en romperme la nariz por una pequeña disputa relacionada con un chicle de menta. 

            Los años pasaron para los dos y mi amor creció en la misma medida que mi afán de protección. A mis dieciséis, seguía siendo su paladín... sólo su paladín.

            He recibido una llamada de Luisa esta mañana. Su relación con Antonio no funciona. Me ha extrañado que me llamara. Aunque sé perfectamente cuales son sus movimientos y avatares, hace ya muchos años que dejó de ponerse en contacto conmigo para contarme sus penas. La desaparición de su primer novio, Pedro,  dio como resultado su falta de comunicación, pero no me importaba. Juré que cuidaría de ella. Mi determinación era firme, y su rechazo en bachiller solo hizo que me reafirmara en la misión.

Su vida ha sido un ir y venir constante. A veces pienso que simplemente quería huir de mí, pero el destino me ha hecho desplazarme casualmente a los mismos sitios que ella. Cuestiones de trabajo.

La cafetería está concurrida. Yo hubiera preferido algo más íntimo, pero no ha querido. La veo nerviosa, fumando sin parar y moviendo su pierna derecha desde que llegó y se sentó en la terraza.  Salgo del coche aparcado en la esquina y me acerco mientras vienen a mi mente los recuerdos de su ajetreada vida… y de la soledad de la mía.

Se ha sobresaltado cuando me ha visto. Me dice que no puede seguir así, que su vida no es vida. Y no me extraña que piense así, Antonio es el sexto novio y en todos he visto miradas de menosprecio, actitudes ofensivas hacia ella, falta de amor. Precisamente lo que a mí me sobra.

Mientras pienso en esto, Luisa rompe a llorar y a mi me rompe el alma. Entre sollozos y miradas acusadoras la convenzo para salir de la cafetería. Le prometo que todo acabará a partir de ahora. A nuestra edad creo que ya es hora de que ambos empecemos a ser felices.

Abro el maletero del coche y, con sumo cuidado, deposito su cuerpo en el suelo. Su ajetreada vida y sus viajes de ida y vuelta ya han terminado. Voy a dejarla en compañía de Pedro, Juan, Alfonso, José y Alberto. Creo que es lo mejor para ella.

De Antonio ya me encargaré más tarde.

                                                                                               

                                                                                                                       Jesús Coronado

25 mar 2012

El Príncipe Azul

         

          Ana aún seguía pensando que los príncipes azules existían. Que vendrían a salvarla de esta vida monótona y aburrida en un corcel blanco, para llevarla a un reino donde vivirían felices. Pero su príncipe se resistía, los que iba encontrando más que príncipes, eran ranas que por mucho que besara no conseguía transformar. 


            Aquella noche de viernes empezó como las demás. Sus amigas y  una copa antes de la cena. Todo tenía la pinta de que iba a transcurrir como siempre pero al salir del café alguien le cedió el paso abriéndole la puerta. Su aspecto era refinado, bien parecido, delicado pensó. Sus ojos se cruzaron un instante, el suficiente para saber que ya era suya.

            El resto de la semana sólo pudo pensar en un próximo encuentro fortuito, así que tentando a la suerte volvió al café . Sus ojos volvieron a cruzarse, pero esta vez ya no se separaron. Lo que empezó como una casualidad, terminó en una relación idílica, demasiado perfecta para ser cierta. Ana por fin había encontrado a su príncipe de cuento. Sus amigas no daban crédito, incluso insistieron en lo sospechoso de su conducta, esa perfección y delicadeza que le profesaba no podían ser ciertas, era demasiado artificial. Pero a ella le daba igual, era pura envidia. En el último mes a ninguna de ellas le esperaban a la puerta del trabajo todas las tardes con una rosa en la mano.

            El lunes diecisiete, Ana,  no fue a trabajar. Inés, su amiga, confesó lo ilusionada que estaba. Él le había prometido que ese fin de semana iba a ser especial. Así que dieron por hecho  una fuga romántica con boda incluida. El viernes veintiuno, la noticia ocupó la primera plana de los periódicos. Ana fue encontrada en su apartamento. Su asesino fue extremadamente delicado. Se encontraron restos de un sedante en la copa de vino que le indujo al sueño. Luego, le fue extraída hasta la última gota de sangre. Fue una muerte dulce. Su asesino quiso que la palidez de su piel se asemejara a las muñecas de porcelana. Como éstas, fue vestida e incluida en una escena  perfectamente equilibrada, salvo porque la muñeca era Ana, la que hasta su último suspiro siguió pensando que había encontrado a su príncipe azul.


                                                                                                        Jesús Coronado




27 feb 2012

¡NO!




Los deberes de la tertulía que derivan en Microrelatos sobre un tema. En este caso ¡NO!. Así que ahí va una pequeña chispa.



¡NO!


    

            La facilidad de palabra nunca fue su fuerte. Ambos intentamos inculcarle desde pequeño el uso del lenguaje. Vocalizábamos frente a él lentamente, asociábamos nuestras frases enseñándole objetos creyendo así que la asimilación sería más rápida, pero ni de coña.

             Mi mujer, cansada, lo intentó con un sistema de imágenes vinculadas con cintas de vídeo, pero al final después de muchas horas de visionado, sólo conseguimos que balbuceara algunas palabras carentes de sentido. Sonidos guturales más que frases. Así que con el tiempo, desistimos de seguir intentándolo. Su avance era nulo. Tras largas conversaciones nos quedó claro, más a ella que a mi, que sólo había una solución: El Logopeda.

             Yo, debido a la situación tan particular que se producía, sentía una vergüenza tremenda sólo de pensar en la visita al logopeda, pero ya se sabe que "donde manda patrón, no manda marinero". Así que tras tragarme mi vergüenza concertamos una cita y los tres nos encaminamos hacía la consulta el susodicho día.

               Don Enrique, así se llamaba el logopeda señor mayor y respetable a más señas, escuchó atentamente las explicaciones de mi mujer con más cara de asombro que otra cosa, aunque al cabo de un rato su rostro pasó de alucinado a un rojizo ira peligroso. Harto del discurso de mi esposa, se levanto airado y alzando la voz dijo un rotundo ¡NO!.

                Y ¡Joder! ¡El puto loro lo repitió! ¡NO!.

                Así que ante la cara de asombro de los tres salimos por piernas de la consulta, y aún sin quererlo Don Enrique había curado a Paquito, nuestro loro.

                 Desde entonces es capaz de mantener conversaciones a tres bandas.


                                                                                           Jecobe - 2/2012




5 ene 2012

El Aniversario




Aquí os dejo uno de mis primeros micro-relatos que ha sido seleccionado y publicado en el libro "Relatos Urbanos - Impulsos", que todos los años organiza la Feria del Libro de Alicante y que la editorial ECU tiene a bien editar.




El Aniversario


Siento el peso del silencio al abrir la puerta de casa. En la terraza, con una rosa en la mano – siempre las preferiste a las demás –, miro las estrellas por última vez. ¿Recuerdas? Pasábamos horas juntos tumbados en las hamacas, buscando las más brillantes, resistiendo los besos hasta que atravesara el cielo alguna fugaz. El aroma de la rosa que llevo en mi mano penetra en mi nariz  mientras contemplo el mar al encaramarme a la barandilla. En apenas unos segundos, todo lo recuerdo.

Planta 50, 49, 48, 47…

            La brisa del mar, su salitre resecando mi rostro hasta dejarlo  como cuero viejo. Mi niñez. Todo el día en la playa, bocadillo en mano y bañador. En remojo, hasta que los dedos de las manos y los pies se quedaban como uvas pasas. Mi madre por la noche, antes de ir a la cama, poniéndonos cataplasmas de vinagre para sacar el sol, que había pasado a formar parte de nuestro cuerpo hasta transformarnos en cangrejos cocidos. Te recuerdo  a ti, Amelia.

Planta 40, 39, 38…

            En el  Instituto, te sentabas en el pupitre de al lado. El orden alfabético nos unió: nuestros apellidos empezaban por C. Luego fue la risa. Cómo nos reíamos del mundo. Si uno siente a veces que el amor es eterno, esa fue la época en que lo creía ciegamente. El roce de tus suaves labios en los míos hizo que me reafirmará en ello. Con los años, el destino -yo quiero pensar que fue el amor-, nos hizo seguir  juntos y descubrirnos mutuamente. Aun recuerdo la primera vez que me perdí bajo tu blusa. Mis manos temblaron como un flan de gelatina al sentir el suave roce de tu piel.

 Planta 30, 29...
           
            Un año dio paso a otro, y cuando nos quisimos dar cuenta ya nos estábamos casando. La luna de miel en Paris, cena romántica en el Sena, vistas magnificas en lo alto de la Torre Eiffel,  risas y mas risas. Que venga el destino a robarnos la alegría, que vengan todos los malignos del infierno, pues tengo el amor y todo lo puedo.    

Planta 20…

            ¿Por qué la vida puede ser tan feroz, tan cruel?  Cuantos  momentos compartidos con alegría.  Y sin embargo, tan efímeros ¿Por qué? No lo sé,  quizás la vida a de ser así, cruel, y no desea que la felicidad forme parte habitual de las relaciones.  La fría realidad imponiéndose a nuestros sueños. Tu dolor, la enfermedad de las seis letras, como decía Gloria Fuertes, ha terminado apagándome a mi también, poco a poco, como una palmatoria sin aceite. El luchador invencible derrotado al fin.                       

Planta 10…

            Hoy he vuelto a pensar en ti. Los recuerdos han vuelto como lo hacen las olas del mar, una y otra vez. La angustia.   La tristeza que siento. Mi soledad. Hoy, como hace ya tres años, te voy a regalar una rosa. Pero sin retirar  las secas. Hoy quiero ser yo quien se burle de la vida y cuando cruzo velozmente la quinta planta no siento miedo. Vuelvo a sentirte junto a mí.

           

FIN


                                                              Jesús Coronado (Jecobe)



3 nov 2011

Recuerdos




Recordaré


El negro azabache de tú pelo,
sus aromas a espliego y a romero.
La cadencia de tu voz
golpeando muy adentro,
como las olas de un mar en calma
inpregnando de salitre mis recuerdos.

Sentiré lo profundo de tus ojos
y esa poesía que es tu cuerpo,
dándote mi vida si quisieras
por uno sólo de tus besos.

Jesús Coronado